ALBERTO HIDALGO: EN EL CORAZÓN DE UNA
“PATRIA COMPLETA”
Por Teodoro J. Morales
Pareciera, en
mucho, que nos hubiéramos olvidado de quienes somos, de cuál es nuestro origen,
de cuál es nuestra historia; tanto que, hemos dejado que todo ese pasado
glorioso al que dieron vida nuestros abuelos, fuera cubierto por el polvo del
tiempo y por la espesura de una ingratitud tendida por nosotros mismos.
Luego
de años, vuelvo a leer “patria completa”
(1) de Alberto Hidalgo (2); y, la palabra (al volver a leer el libro) cobra
vida, resucita, siento que arde como una
tea misteriosa, se convierte en agua que sacia mi sed, esa, que impele a querer
conocer quiénes somos; y así, encuentro a la patria grande hablando sola con hechos de vida que hicieron
lo que existe, a lo que, Alberto Hidalgo, dice “Yo tengo dos versiones ajenas a la historia y a la lógica / por ello nutritivas como el pan que no
está falsificado”, agrega, (“Vengan a ver el
cielo / está aquí arriba / Vayan a
ver la tierra / está allá abajo
/ No puede haber palabras más cabales
/ para dejar escrita a la ciudad de Machu
Picchu”.
Al
final del libro, en una nota que se publica como colofón, se indica: (“Alberto
Hidalgo escribió este libro en sólo cuatro días, bajo una fiebre de cuarenta
grados”; dice más “No es un poema; es un
canto. Y cantando quedará por los siglos de los siglos, convertido en
obra clásica, entre las cumbres del espíritu, para orgullo de los peruanos y
júbilo del idioma. La disposición de los versos responde, unas veces, a la
conveniencia de separar las imágenes; otras, a las necesidades respiratorias,
tan apremiantes en el canto, y, de cuando en cuando, a las urgencias de la
puntuación que, suprimida, se manifiesta por su ausencia, procedimiento éste
que demuestra su absoluta inutilidad en la grafía poética”.
Uno
lee el libro, y termina por entender, que: el silencio se olvida de su
compromiso, de callar y de guardar esas verdades de conocimientos que vivirán
en la obra de los hombres; tanto que, en un lenguaje que no todos entienden y
en una escritura que no era posible leer a los extraños devela misterios de
vida, y en ella nos recuerda quienes somos: (“Sólo nosotros poseemos erudición de mundo / cultura de universo / ciencia
veraz de creación / Nosotros somos
claves / causas / cunas / somos la patria del origen / estado
de lo magno / país de lo primero”).
Un linaje de esa clase de hombres, que sabía hacer caminar los sueños, reír a
las tristezas, poner puente a los abismos y hacer hablar a los cerros como sus
iguales, son los que hicieron el milagro del levantar de la nada ciudades como
Machu Picchu. Solo entonces uno entiende muchas cosas, y responde a esas
incógnitas que dejaron. Entonces uno dice: (“¿Quiénes / sino ellos / dictaron normas a los elementos / para que se entendieran con los seres /
como viejos amigos?” (…) “¿Quiénes los devolvieron a la escuela
/ a los ríos / para que reaprendiesen su alfabeto / de andar por entre el agua? (“¿Quiénes
modificaron las sustancias / y
dieron a las cosas una estructura física distinta?”; eso lleva a hacer la
siguiente pregunta: (“¿Quiénes crearon
otra vez la tierra?; y, el poeta termina diciendo: “Fueron los míos”).
Una
raza con esa fuerza espiritual de hombres que lo sabían todo, le dieron a la
vida una razón mayor a la que los demás entienden (“Ellos / que daban su amistad
como oro / y fueron patriarcales con
la quinua / y el pisonay amaron como
a un hijo / y para las alpacas eran
padres / y aun los mismos pumas no
tuvieron conflictos de / familia
/ y cuando descubrían las vertientes les
pedían disculpa / y antes de arar el
suelo lo acariciaban con la vista / y
daban la impresión de que querían todo lo que tocaban / y se sentían convocados aun por los llantos más lejanos / y a la pobreza le prestaban a largos plazos
y sin intereses / fueron / en cambio / activos gobernadores de la audacia / y al tonto servilismo le metieron el puñal por la espalda / y a la arbitrariedad la degollaron / y a cualquier corrupción la avasallaban
/ y le apretaron el gaznates al robo que
huyó como un ladrón / y con el rayo
y con el trueno polemizaban sin cuartel”).
“Patria completa”, es un canto a Machu
Picchu. Alberto Hidalgo, al inicio del libro, pone un epígrafe, que dice: “A los que me imitaron este canto / a la ciudad de Machu Picchu / antes de que yo lo hubiera escrito”.
Él, era así, diría, pretencioso; poeta, al fin de todo.
No
siempre se cantó, a las obras portentosas que el hombre construyo: El poeta
dice: (“¿Quiénes / sino los forjadores de mi casta / pusieron esos ríos allá abajo / estas alturas acá arriba / y fabricaron esos campos / e hicieron funcionar a estas vicuñas / y edificaron estas flores / y dieron cuerda a estos caminos / que sin error siquiera de un milímetro
/ conducen siempre al corazón del
pueblo?”). Sin duda, no hay palabra que pueda hablar de esa maravilla que
solo el corazón y los ojos alcanzan a entender y valorar su grandeza.
Machu
Picchu, nació para vivir en el mismo misterio de su origen. ¿Quiénes lo
construyeron? Es una incógnita que el tiempo aún no alcanza a decirlo de manera
plena, fueron manos laboriosas los que hicieron ese milagro; y el poeta para
escribir el libro, tuvo que hundir su inspiración hasta la misma nada, para (“extraerles el zumo / su secreción telúrica / la moraleja de su arcilla / su genealogía mineral / su suculencia milenaria / toda la certidumbre de su universidad
anticipada” (…) “Se alimentaban de
horas / de minutos / de pequeñas porciones de duración / que eran homeopáticas entregas / de una cronicidad bien traducida / en la aptitud de sus hechuras / para perseverar en la vigencia” (…) “Comían
puntos cardinales / pulpa de
estrellas / acrisolado germen de
galaxias / residuos cenitales
acumulados por su mente / y grados
cosmográficos de cultivo secreto / y
logaritmos tácitos / y unidades que
apenas deletreaban / todo amistado por su digestión”).
Esa
verdad, que tiene vida material, nació de (“Mujeres con las piernas de una acabada cortesía agraria / de corazón directo al matrimonio / sin adulteraciones en el paso / sin
propuestas taimadas en el busto / sin exageración en la mirada / y
tan madres que a veces / contemplando
una lágrima / en trance de adornar
una mejilla / hacían ademán de
sacarse una teta para dársela / como
si fuese un niño / Mujeres anchas
/ espaciosas / sólidas / lo que
indudablemente las hacía adecuadas a la empresa / de dar a luz una nación / Puede
afirmarse sin literatura / que
amantaron muchas piedras / reservadas
para casas de pobre / y de ahí que
éstas den con sus paredes de superficie tersa / una impresión de rostros satisfechos”). No siempre se tuvo mujeres
de esa talla.
El
Perú, en el mundo andino, escribió una historia superlativa cuya verdad se lee
en el lenguaje que se dejó en las piedras, con las que fue construida. Aquí hay
un mundo aparte que linda con la fantasía que se materializo en algo tangible.
Aquí se echó a caminar vida que va más allá de ella misma. Aquí, (“También se avituallaban de los frutos del
agro que inventaron / ante el
asombro de los otros géneros / así
sacados de su presupuestos / tal la
papa / asteroide subcutáneo / esa ecuación rural que es el maíz / la racacha / una patata con la sangre roja / y la comida casta o inocente / la
palta / en la que se halla
condensado / el código de las apetencias
satisfechas / la chirimoya / usina donde crece la avidez / el tomate / que cuando pone su sapiencia a un número / hace saltar la banca en la ruleta / de cualquier régimen de alimentación / y la papaya / fruta exacta
/ postre del céfiro / monja de las huertas”).
Machu
Pichu (“Lo tiene todo / Arriba / la gloria sorprendida que la inciensa / abajo / el pueblo que la
conmemora / Para habitarla”.
Tanta verdad, no es poca; por eso,… “hoy
mismo / sigue siendo un auténtico
/ tratado de elegancia de los montes”.
Luego
de haber vivido dentro de esa sangre que tiene la palabra de ese canto a Machu
Picchu, termino con ese verso de Hidalgo, que resume todo: “El fuego es piedra ardiendo y por eso es
eterno”. Una sola verdad, como continente.
NOTAS:
(1).- “patria completa” de Alberto Hidalgo, 71
pp. Librería Editorial Juan Mejia Baca. Lima, 1960.. Este libro se imprimió en
los Tall. Gráf. Cesari, Buenos Aires en el mes de Agosto de 1960. Formato:15 x
20.5 cm.
(2).- Albero Hidalgo,
nació en Arequipa. el 13 de mayo de 1847. Falleció en Buenos Aires (Argentina)
el 12 de noviembre de 1967. Hijo de Manuel Santiago Hidalgo Hidalgo (Abogado),
y, de Juana Rosa Lobato Ocharan. Entre otros libros, publicó: “Panoplia Lírica” (1917); “Voces de Colores” (1918); “Joyería” (1919); “Oda a Stalin” (Buenos Aires, 1944); “Poesía de Cámara” (Buenos Aires, 1945); “Canto al Perú” (Buenos Aires, 1953); “Biografía de yomismo” (Paris, 1958); “Poesía Inexpugnable” (Buenos Aires, 1962), “Árbol Genealógico” (Lima, 1963).
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