GUSTAVO VALCÁRCEL: EN LA VERTIENTE DE
UNA POESIA MILITANTE
Por Teodoro J. Morales
No todos los días
nace un poeta; ni todos los poetas asumen en su palabra un compromiso y una
militancia. En el Perú, la poesía se encontraba inmersa en letras de los
huaynos y otras canciones de la tierra, y desde esas vertientes fue
evolucionando hasta alcanzar la altura y grandeza que ahora se le conoce.
La
construcción de una poesía, como expresión literaria, al parecer, empieza a
afirmarse en la década del cincuenta. Uno de sus exponentes, es: Gustavo
Valcárcel.
Él,
nació en Arequipa en 1921. Estudio en las Facultades de Ciencias y Letras de la
Universidad Mayor de San Marcos. En 1947, en los Juegos Florales
Universitarios, convocados por dicha Universidad, gano el primer premio por
“Deleite de Tortura” presentado con el seudónimo de Lucifer. El Jurado (Manuel
Beltroy – Rodolfo Ledgard – Estuardo Núñez – Augusto Tamayo Vargas – Alcides
Spelucín), en el Acta que emitió, dice: se trata de “doce sonetos de muy fina
expresión y agradable musicalidad; todos ellos lucen una notoria riqueza de
imágenes, que vierten en los rigurosos moldes de sus estrofas la moderna
sustancia, propia de una poesía fluida y
sugerente, desarrollada en torno del matiz y las transiciones sutiles y
en la cual las diversas tonalidades de la emoción, hasta la amargura misma,
cobran luz y mesura de perfecta serenidad y seguro equilibrio”. A esos poemas,
luego, se agregó otros, hasta sumar 28; y les puso el título definitivo de “Confín del Tiempo y de la Rosa”, el
que, ese mismo año, fue distinguido con el Premio
Nacional de Poesía.
Xavier
Abril, dice “Los poetas lo son a condición de conocer la composición de su
medio y de su época. El acierto más profundo de la poesía lo gana el hombre que
más sufre tiempo y asunto de su experiencia. Lo demás es eso: juegos de salón y
anquilosamiento de formas vacías”; y refiriéndose a la expresión poética de
Valcárcel, indica que “El poeta ha iniciado su tarea de intérprete del mundo
porque expresa en primer lugar al hombre, más que a cualquier otro problema
circunstancial como la geografía o el paisaje del país. Paisaje y geografía
cuentan en la medida que existe el hombre libre y responsable. El paisaje del
mundo es hermoso cuando el hombre, el poeta, libera al siervo en el canto y en
la realidad”.
La
vida de Gustavo Valcárcel, no la tuvieron todos: siendo adolescente asume un
compromiso político de realización social. En setiembre de 1940 fue fichado como un vil delincuente, tenía 18
años, por razón de sus ideas. Seis veces estuvo detenido, por ese motivo. Todo
eso le significó, sufrir muchas penurias. Dice (“marcha mi angustia en cuatro patas / marcha mi valor infantil orinándose a escondidas”). No todos
bebieron de sus lágrimas amarguras, ni todos tuvieron el valor suficiente para
no caer rendidos ante tanto infortunio que le vino atropelladamente. (“Cómo no darle paz a nuestras lágrimas /
si la música del aba suena a vida”. (…)
“Dime entonces cómo no ser ya buenos
/ después de haber sufrido tanto”). (
… …) (“Si nos hemos de morir brindemos un buen rato a la salud de nuestros
huesos / y no temamos nada / porque la muerte es sólo la madera / que nos arroja el tiempo / para probar el fuego de una vida”).
El
sufrimiento, no le quito el lado bueno de la vida. No se dejó vencer, y tuvo el
valor suficiente para sobreponerse a todo y salir triunfante. (“Antes yo te escribía desde mi juventud
/ convertida en un gran reloj de cárcel
/ en romance de piedra, en pasto
policial, / en tristeza y tristeza
de mis ojos proscritos. / Incomunicado,
entonces te escribía / desde una
celda o cueva / donde tu nombre era
lo único viviente”. (… …) “Después de tantos meses de silencio / sentí esta mañana el deseo de escribirte
/ de escribirte una cosa muy sencilla:
/ para tanto amor, hemos sufrido poco
/ para tanto amor, hemos hablado poco,
/ para tanto amor, no hemos vivido nada”.
(…) “Vivir -¿me oyes?-, vivir un día
nuevo / en el que nadie nos persiga
/ ni nadie nos embargue / ni se nos corte la luz por unos pesos /
ni se nos acuse de extranjeros”.(…)
“Vivir un día nuevo / en el que trabajemos sin lágrimas ni odios
/ pudiendo sentirnos camaradas de todos
/ y en el que por fin nos sea devuelto
/ el Perú de tus entrañas, nuestro Perú
del llanto”.(…) “Vivir --¿me
oyes?--, vivir un día nuevo / en el
que la vergüenza no nos astille el ojo”. (…
…) “Ven pronto, estrella y mar,
música terrestre / aquí te espero y
mientras llegas / empezaré a amar el
porvenir / hecho luz entre tus ojos
/ pan en las manos de los niños / leche en tus senos, ala en tu voz, / verso en tu cuerpo, rayo en tus labios
/ eternidad en tu grito de gran madre”).
En
la vida del poeta hubo todo un periplo, lleno de sufrimientos por obra de la
injusticia impuesta por el sistema. El poeta, dice: (“dónde está el pan que se pueda comer sin menoscabo / dónde está el vino que se pueda beber sin
detrimento / dónde la col o la
legumbre / que no tengan sabor a
funeral”). Nunca declino a esa convicción que lo mantuvo firme y en pie. (“Cómo no darle paz a nuestras lágrimas /
si la música del alba suena a vida. (…)
Dime entonces cómo no ser ya buenos
/ después de haber sufrido tanto”).
En “Cantos del Amor Terrestre”, habla del
amor. El tema lo aborda con dulzura, con el sentimiento que anima a todo lo que
existe en el mundo. Pocos se acercaron a la palabra de este poeta, por eso, no
lo conocen; por eso, no vibraron con esa emoción que hace hablar a todo. (“¿Quién ha dicho que en plena medianoche
/ no debe hacerse un canto de amor puro?
/ Si somos gotas de alba entre las
sombras / cantemos al amor
amaneciendo”).
El
amor es lo más grande, lo más bello y hermoso cuando realmente se entiende cuál
es ese sentimiento (“Tu presencia es la
vida, un mar inacabable, / estás en
todo el mundo, nace el mundo en tus ojos, / te miro sobre el tiempo y te amo bajo el tiempo / porque eres un instante que nunca pasará”).
Así de sencillo y simple es el amor cuando se le entiende, cuando se ha vivido
en ella; y uno termina “escribiendo
el poema inédito del hombre”. Eso valió para que Alberto Hidalgo,
refriéndose a su poética, dijera “Estás prendiendo estrellas en el cielo del
Continente”.
En
una de las instancias de ese libro, el poeta dice: (“Dormir, preludio breve de un descanso sin fin, / viene a ser el ensayo de ausentarnos del
mundo; / dormir nunca me alegra
porque es vivir muriendo, / con los
ojos cerrados, en un planeta extraño”. (…) “¡Qué terrible sentir un dolor en la noche, / mirar todo apagado, ser un trozo de sombras, / oír que nada se oye, oler la vida inmóvil, / y paladear el luto de una orfandad inmensa!”).
El
poeta humaniza al amor en su palabra, hace que se transfigure, que se convierta
en agua, luz. (“Te amo dulcemente como
raíz de agua / y mi pobreza sueña comprándote
rosales / llevándote de viaje por
islas deslumbrantes / donde alza la
alegría su arquitectura de agua”)(…
…) “Todo lo que te toca tiene un
fragor de luz, / con todo lo que
tocas posible hiciste el tacto / y
el rozar de tu piel le dio origen al fuego, / oh, estrella que yo toco; oh, lucero tocado”).
Hay
una honda sensibilidad que habla, que descubre ese sentimiento y lo transmite.
Cuando se habla de amor todos se hunden en una pasión mundana donde el deseo
construye diversión y fiesta. Gustavo Valcárcel, encuentra al amor en una
dimensión distinta, donde el sentimiento nace y crece como un sentimiento
místico. (“Si me miras y callas me
siento como un niño, / más, si me
miras y hablas me siento todo un hombre, / porque son tus miradas un aletear de Luna / y porque en tu voz gira el idioma terrestre”.(…) “Tu palabra madura tras los ocasos rojos,
/ en un dormir de lluvias, bajo el rumor
astral; / por eso cuando tú hablas
suelo cerrar los ojos / para sentir
eterna la música del mundo”.(… …) “Tu palabra es el polen por donde baja el
cielo / de brinquito en brinquito
hasta llegar a mí; / y tu callar
parece una escalera al aire / donde
sube mi aliento a suspirar por ti”. (…) “No calles nunca, nunca… tu sonido es la dicha / y la dicha se escucha después de haber
sufrido; / no calles nunca,
nunca…porque el olvido empieza / por
un dejar de hablarse y es un silencio atroz”. (…) “Háblame siempre, vida, de todo lo que es bello, / Cuando yo era muy niño dejó de hablar mi
padre, / mi madre hizo silencio de
tanto que sufrimos / y entonces la
tristeza se entristeció de mí”. (…) “Quiero
que hablen tus hijos con amor y belleza, / que hablen de un mundo nuevo sin odios ni mordazas, / porque hablando los hijos, después que nos
muramos, / seguiremos nosotros
hablando eternamente”).
Diego
Rivera, en las palabras del Preámbulo que escribe para el libro dice, son “versos de amor creados con el verdadero
lenguaje del poeta de este tiempo, que no puede ser otro que el lenguaje del
pueblo”.
“Cantos del Amor Terrestre”, está ahí
esperando que todos se acerquen a esos poemas que son testimonios de amor
humanizado. (“Tu presencia es la vida,
un mar inacabable, / estás en todo
el mundo, nace el mundo en tus ojos, / te
miro sobre el tiempo y te amo bajo el tiempo / porque eres un instante que nunca pasará”).
Casi
toda la poética de Valcárcel es confesional. Habla de lo que le toco vivir (“Perseguido, enfermo, preso, roto y
desterrado. ¿Es esta / la patria de
amor que me ofrecieron? ¿Esta es la paz de que me hablaron al pie del estanque
en que nací?). Esa es la historia que tuvieron muchos en el Perú. (“Comámonos las uñas amargas del / quejido. Volteemos la página en sangre de
este día”). Es dura la realidad que le toco vivir, pero no se rindió, y no
pudieron vencerlo (“HOMBRE, camarada,
hermano mío, creo sangrantemente en ti. Tu humanidad me hace renacer a
cucharitas. / No he perdido la fe,
sería injusto. Me nace a borbotones / un
deseo incontenible de darte mi existencia. La razón de / mi ser y la sinrazón de mi morir. Te
pertenezco en alma / entera, dame tu
mano mundial de barro firme”. (… …)
“Podrán decirme todo, menos que no te
/ amé con cada poro. Podrán encerrarme,
golpearme, destrozarme, pero al día siguiente mi polvo y mi palabra estarán
/ en el combate. Debes creerme, hombre,
hombre y camarada, estoy contigo desde el talón hasta el meñique, y de / tu brazo retornaré a la tierra, al filo de
la hoz hecha / martillo”).
Esta
es la palabra que como un testimonio de fe, deja como legado Gustavo Valcárcel
(“Búscame en la palidez / de las fotografías viejas / color del tiempo desteñido, ¡ven! / rebusca los pozos sin broquel / observa las espaldas de los biombos oscuros
/ el luto del ciprés incomprendido.
/ Y si no logras encontrarme / será porque me he ido / a jugar a escondidas con la muerte”).
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